Palabras de la Ministra de Comunicaciones,
Martha Pinto de Hart,
en la Conferencia de Plenipotenciarios de la UIT
Marrakech, 23 de septiembre de 2002
Es para mi un alto honor tener la oportunidad de asistir a este, el más
importante escenario de reflexión de los gobiernos del mundo sobre el rumbo y
los desafíos de la Sociedad de la Información en estas primeras décadas del
siglo XXI.
Como ya lo han planteado innumerables analistas de esta nueva revolución
tecnológica, inmensas oportunidades se abren para las economías en desarrollo.
Pero hay otra certeza igualmente contundente y es que la actual evolución de la
sociedad de la información deja abiertas una serie de inquietudes que resulta
urgente abordar, y sobre las cuales quiero centrar mi intervención.
Ante todo, permítanme expresar que constituye para mi un grato privilegio,
tener la oportunidad de asistir a este encuentro con los colegas de las
comunicaciones de todo el mundo. Quiero por ello agradecer la generosa
hospitalidad que nos ha brindado el gobierno de Marruecos.
Para quienes por primera vez visitamos Marrakech, la ciudad parece atraparnos
en el encanto vital de un renacimiento prematuro. Su atractivo histórico me ha
despertado la ilusión de que quizás renazca de esta conferencia un ánimo
mundial para que las tecnologías modernas de la información le abran una
segunda oportunidad al florecimiento de admirables culturas ancestrales en todas
las latitudes.
Como bien lo dijera el premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez,
hay que invitar al mundo a comprometerse en la búsqueda de una utopía
contraria a la de la desigualdad y la tragedia humana. Quisiera atreverme a
pensar que de los callejones milagrosos de Marrakech, se inspirará una decidida
voluntad política global para enrutar la nave de la modernización hacia la
utopía del bienestar y de la dignidad para millones de seres humanos que no
abdican a su derecho natural de escribir un capítulo en el libro de la
historia.
La promesa de la globalización, el frenético auge de los avances
científicos y tecnológicos, y la magia de las comunicaciones modernas, son
algunas de las herramientas que el destino del pensamiento humano nos ha legado
para que nos arriesguemos a asumir el futuro de la integración con reglas de
juego de beneficio recíproco para todas las naciones. Seamos capaces de asumir
la ventura de la equidad como una alternativa superior al egoísmo,
reivindicadora de la solidaridad humana y progenitora del bien común.
Muchos de ustedes bien saben que mi país, Colombia, atraviesa por una época
de descomunales contradicciones. Momentos difíciles que fluctúan entre la
creatividad cultural y económica, y la violencia de una minoría que ha
saturado la paciencia de las mayorías. Para fijarle al país derroteros de
esperanza que nos permitan superar el actual conflicto interno y la
insuficiencia de recursos convencionales y tecnológicos, el Presidente de la
República, Alvaro Uribe Vélez, le ha propuesto a la nación, el gobierno de
una autoridad democrática y la presencia de un Estado legítimo en todos los
confines del territorio nacional.
Con un mandato contundente de los colombianos, vamos a llevar a Colombia al
reencuentro con los senderos de la confianza y la solidaridad, para construir
por fin y para siempre los cimientos de una política con sentido ético, de una
credibilidad firme del pueblo en sus instituciones y de una búsqueda permanente
hacia una sociedad con justicia social.
Permítanme citar una frase del Presidente de Colombia en su reciente
discurso de posesión:
"La globalización, como integración de las economías es irreversible.
Pero la dignidad de los pueblos pobres hace imperativo que sus resultados
sociales sean equitativos. De lo contrario, su sostenibilidad política traerá
inmensos costos para la democracia y la convivencia".
Como representante de un país en vías de desarrollo, pienso que quienes
aquí estamos deliberando debemos ser capaces de transformar las palabras en
acción, y no trastocar la autonomía de nuestra voluntad política por una
retórica intrascendente. Como servidores públicos tenemos la obligación de
asumir la dificultad de decisiones que favorezcan al conjunto de la comunidad
por encima de intereses particulares.
No sería pues responsable evadir el ineludible compromiso con la justicia y
la equidad, y más específicamente para el caso que nos ocupa, no podemos
desatender el abismo digital que hoy divide a los pueblos del mundo. Esta es la
inquietante certeza que como autoridades del sector de las comunicaciones, exige
toda nuestra atención.
La tecnología digital y las comunicaciones virtuales determinarán que a la
vuelta de una década, la sobrevivencia y la capacidad de desarrollo humano en
el mundo del tercer milenio, dependan en gran medida de la cobertura y la
habilidad de las personas para utilizar estas tecnologías. No podemos seguir
pensando que para algunos países, será cuestión de lograr un desarrollo a
priori, para que algún día, quizás dentro de algunas décadas, tengan la
oportunidad de acceder a los ritmos del progreso tecnológico que hoy jalonan el
bienestar humano.
Lo que el mundo exige como premisa para que la revolución de la información
tenga un impacto real en el desarrollo equitativo y sostenible de todas las
naciones, es que se cambie el actual modelo comercial de transferencia y de
acceso a las tecnologías de la información y la comunicación, y que con base
en un consenso mutuo entre naciones ricas y pobres, se convenga un nuevo
mecanismo de costos de acceso a la tecnología, a los servicios de comunicación
y a las redes de información. Para citar solo un ejemplo de la actual y
preocupante desigualdad existente, el 50% de la tarifa que pagan los usuarios de
internet en Colombia, corresponde al costo de acceso que debe pagar mi país por
la conexión a las redes internacionales de internet.
El reto de quienes aquí nos reunimos, y de los gobiernos aquí
representados, es el de pensar con responsabilidad en el re-direccionamiento de
la revolución de la información y el conocimiento. Este esfuerzo requiere de
una voluntad política audaz, capaz de producir un viraje en el actual sistema
mundial de distribución y comercio, que actualmente impone serias barreras
económicas para el acceso a los equipos y a los servicios de
telecomunicaciones, e impide a una gran parte de la humanidad el ingreso a la
economía del conocimiento.
Nunca bastará la insistencia en advertir que la brecha digital entre
naciones sigue creciendo sustancialmente. Resultaría un error de imperdonable
magnitud, asumir la actitud del avestruz. Debemos por el contrario hacer una
reflexión de fondo, una reflexión con sentido histórico, una reflexión que
signifique nada menos que asumir la visión de construir un puente sobre el
abismo social y humano cavado entre los países dueños de la tecnología y los
países que la importamos.
Es de suma importancia que la responsabilidad social y la solidaridad de la
banca multilateral se concentre, por ejemplo, en impulsar la ampliación de
proyectos de financiación y de líneas de crédito integrales para desarrollar
incubadoras empresariales con plataforma tecnológica en los países en
desarrollo. Con el apoyo de capitales semilla y de asistencia técnica en el uso
de tecnologías de la información, es posible que este modelo de incubadoras,
tenga una incidencia decisiva en el logro de un salto cualitativo en el
desarrollo, por su impacto en la diversificación económica, la apropiación
tecnológica y la generación de nuevos empleos y de mayor riqueza.
Mientras que avanzamos en la consolidación de una política mundial que
asuma el inexorable compromiso de construir ese puente de la igualdad
tecnológica, a cada nación le corresponde avanzar en la articulación de
políticas públicas que estimulen el crecimiento de la conectividad y la
asimilación cultural y educativa de las tecnologías de la información. El
componente del acceso universal a los servicios de telecomunicaciones,
representa sin duda un pilar esencial de la política de equidad social,
seguridad democrática y legitimidad institucional del Gobierno de Colombia.
Ya para finalizar quiero hacer un llamado a los plenipotenciarios de esta
conferencia para que cumplamos cabalmente con el propósito común de garantizar
el respeto absoluto a los derechos adquiridos según los principios
constitucionales de la Unión Internacional de Telecomunicaciones. En particular
me refiero al respeto debido a todas las naciones sobre los procesos de
notificación y registro de las posiciones orbitales.
Resulta imperativo que se preserve el derecho estratégico de cada nación
sobre la órbita geoestacionaria, hasta tanto cada país tenga la capacidad
económica y tecnológica para usufructuar este derecho imprescriptible.
La actual concentración de los derechos de uso de la órbita
geoestacionaria, puede conducirnos a una estructura de monopolio en la
prestación de servicios de alta densidad, si la Unión Internacional de
Telecomunicaciones, con el apoyo de la Junta de Reglamento de Comunicaciones, no
asume la misión constitucional de modificar los actuales procedimientos de
notificación, publicación, coordinación y registro establecidos en el
Reglamento de Radiocomunicaciones.
Mi misión como Ministra de Comunicaciones de Colombia, estará enfocada a
promover firmemente el principio de ponerle corazón a la globalización. Estoy
convencida de que si este precepto encuentra eco en el sector de las
telecomunicaciones, les habremos abierto una gigantesca oportunidad al individuo
y a las comunidades del mundo, para que con su talento y su sabiduría sean los
gestores del bienestar de su propio destino.
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