Una organización internacional estableció una pequeña oficina regional en una aldea apartada de un país centroafricano. Fuera de la aldea se construyó un almacén para las mercancías de auxilio que las organizaciones iban a distribuir en varios campamentos cercanos. La oficina poseía un enlace vocal de onda corta a la oficina principal de la organización, situada en la capital del país afectado. En el almacén no había equipo de comunicaciones, lo que suponía un verdadero problema pues, cada vez que se daban instrucciones sobre la llegada o la distribución de las mercancías de auxilio, había que enviar un mensajero de la oficina al almacén. El almacenista, por su parte, tenía que hacer un viaje en bicicleta hasta la aldea cada vez que necesitaba informar a la oficina sobre la situación de las existencias. Finalmente pidió a los encargados de la oficina que le facilitaran un medio de comunicación.
La pequeña oficina regional envió la petición a la oficina de la capital y ésta, a su vez, a la sede de la organización en Europa. Allí, el funcionario a cargo de las operaciones en el país centroafricano solicitó al funcionario administrativo que le procurara un equipo de telecomunicaciones para el almacén, indicándole que estaba situado en un lugar muy aislado. Si bien la petición llegó finalmente al servicio central de abastecimiento, éste, al no poseer más datos, llegó a la conclusión de que un enlace por satélite garantizaría mejor la comunicación con un lugar alejado.
Los primeros terminales móviles de
satélite acababan de salir al mercado; se compró una de estas unidades, todavía
enormes, y se envió al almacén. El resultado: el almacenista
podía llamar a cualquier abonado de las redes mundiales de telefonía pública
(al principio de la época de los satélites públicos, el costo de la llamada era
de unos 8 USD por minuto), pero no a la oficina regional porque allí no
había teléfono. El almacenista pensó que un par de transmisores‑receptores
en ondas métricas podría costar el 5% del precio del terminal móvil de satélite
y que con ellos habría podido efectuar desde el almacén un número ilimitado de
llamadas gratuitas a la oficina. Con todo, se perdió esa parte fundamental al
hacer la solicitud debido a la gran burocracia y a la ausencia de una consulta
pertinente a un especialista en telecomunicaciones.